Sahara

Nunca he pisado nada igual. Los dedos de mis pies se hunden a cámara lenta como fundiendose en una suave pasta de queso cheddar. La arena es tan delicada y fina que me siento como un trocito de calabacín rebozandose para tempura. El sol anaranja más aún las dunas, a medida que desciende rozando ya la línea del horizonte. Ya no hace calor, y esta leve arena que me rodea y que hasta hace escasas dos horas se tostaba bajo la inclemencia del astro rey, comienza a levantarse en un viento incesante que te sepulta sin que te des cuenta y tiene algo de torbellino cruel.
Veinte minutos de camino sobre la miel rojiza del Sahara, lo suficiente para alejarme del bullicio. Hace un rato que deje de oler la mierda de los dromedarios que se dirigían en decenas cargados de europeos desde Ksar Guilane, y ahora solo me llega el aroma verde y dulzón de un lejano palmeral que el viento arrastra hacia mi. Da igual hacia donde dirija la mirada, las inmensas y onduladas dunas abarcan todo mi plano visual. Agradezco haber caído en el último momento en traer un pañuelo para proteger mi pelo de los latigazos de arena y las gafas de sol para dejarme deslumbrar por el fuego del atardecer.
La puesta de sol no dura mucho. Un breve lapso de tiempo, embriagador e hipnótico, en el que el mundo se para y la repiración se corta sin que ni la absoluta certeza de un oasis te haga recuperar el aliento.
6 comentarios
Rider -
de hecho acabo de volver de mis segundas vacaciones, toda la aventura que supone recorrer Tanzania. Ya te contaré cuando recupere el aliento...
Ángel -
No están mal tus vacaciones, no, nada mal. A disfrutarlas.
Rider -
Joer, pues sí que es verdad que el comienzo es culinario... debía tener hambre cuando lo escribí.
Todo llega, Sahara... Es cuestión de tiempo y ganas :-)
Sara -
Que suerte capulla, los viajes que te metes, anda que te llevas a tu hermana.
Ya nos contaras sobre Tanzania.
Muaaaassss.
Anónimo -
gr -
Bonita descripción del desierto...
Besos